domenica 4 maggio 2014

Non respingere i sogni perché sono sogni.
Tutti i sogni possono
essere realtà, se il sogno non finisce.
La realtà è un sogno. Se sogniamo
che la pietra è pietra, questo è la pietra.
Ciò che scorre nei fiumi non è acqua,
è un sognare, l'acqua, cristallina.
La realtà traveste
il sogno, e dice:
"Io sono il sole, i cieli, l'amore".
Ma mai si dilegua, mai passa,
se fingiamo di credere che è più che un sogno.
E viviamo sognandola. Sognare
è il mezzo che l'anima ha
perché non le fugga mai
ciò che fuggirebbe se smettessimo
di sognare che è realtà ciò che non esiste.
Muore solo
un amore che ha smesso di essere sognato
fatto materia e che si cerca sulla terra
Pedro Salinas 

Todos los sueños pueden 
ser realidad, si el sueño no se acaba. 
La realidad es un sueño. Si soñamos 
que la piedra es la piedra, eso es la piedra. 
Lo que corre en los ríos no es un agua, 
es un soñar, el agua, cristalino. 
La realidad disfraza 
su propio sueño, y dice: 
«Yo soy el sol, los cielos, el amor». 
Pero nunca se va, nunca se pasa, 
si fingimos creer que es más que un sueño. 
Y vivimos soñándola. Soñar 
es el modo que el alma 
tiene para que nunca se le escape 
lo que se escaparía si dejamos 
de soñar que es verdad lo que no existe. 
Sólo muere 
un amor que ha dejado de soñarse 
hecho materia y que se busca en tierra.
Pedro Salinas 



Hace tiempo -no mucho pero no poco-, existían dos personas que creían estar destinadas para sí mismas. Se conocieron el día menos esperado, en las circunstancias menos imaginables. Coincidieron dos almas, dos destinos. Eran diferentes y a la vez similares.

Al paso del tiempo, descubrieron que no existía mayor química en el mundo como la que había entre ellos. Aún eran amigos, pero no exactamente el tipo de amigos «tradicionales». Ambos sabían que tarde o temprano serían algo más.

Él hacía todo lo que estaba a su alcance para conquistarla, detalles que jamás había tenido con ninguna otra chica. Ella, por su parte, «se hacía la difícil», pero sin dejar de darle pistas que le indicaran a él que ella lo quería de igual manera.


Siempre que charlaban, terminaban riendo acerca de lo más simple y cotidiano. ¡Qué envidia provocaban en todo aquel que los veía! Miraban las nubes y las estrellas, cantaban y escribían poesía. Se querían. Se estaban enamorando.

Él hacía planes a futuro, siempre incluyéndola en primer lugar. Ella sonreía al escuchar las locuras que él proponía. Locuras llenas de amor, de esas que solo se hacen una vez en la vida. Escribieron una lista de objetivos por cumplir, siempre juntos, siempre como el equipo que estaban formando.


Mientras más pasaba el tiempo y más se conocían, más detalles de su pasado compartían. Él había 

tenido experiencias tristes, había querido demasiado a personas que no merecían su cariño. A ella la habían decepcionado varias veces, tantas, que juró no volver a amar en la forma en que lo había
hecho. Ni siquiera al nuevo chico que le hacía vibrar al mirarlo a los ojos.

Él lo sabía y se arriesgó. Pero un día como cualquier otro, ella empezó a cambiar. Su voz denotaba un sentido taciturno, nada más alejado de lo que él atesoraba. Y fue entonces cuando él le preguntó si ya era el momento adecuado para dar el siguiente paso.

—No puedo corresponderte— dijo ella.
—¿Por qué no puedes hacerlo?— preguntó él.
—Entiéndeme, aún no han sanado mis heridas.
—Aquí estoy para curarlas y para que jamás vuelvas a sufrir.


Ambos argumentos eran válidos: ella no podía amar a alguien todavía, y él solamente quería hacerla inmensamente feliz.


¿Que pasaría? Lo opuesto a una historia de película: el trato entre ellos se convirtió en un vaivén entre convencerla de arriesgarse y convencerlo de ovidar lo que sentía.

Ella eligió darle un descanso a sus sentimientos para aclarar su corazón. Sin embargo, durante un tiempo él no desistió en su intento por hacerla cambiar de parecer. No sucedió así.

Él deseaba ser inventor y construir una máquina del tiempo y viajar al pasado para evitar que ella sufriera. Deseaba ser adivino y visualizar su futuro al lado de ella. Deseaba besarla sin tener que pedir perdón por su atrevimiento.



Las palabras que allguna vez ella pronunció con sutileza siguieron retumbando en la mente de él: 

«eres la persona correcta en el momento equivocado». Ése era el único consuelo real que a él le quedaba.

Ella se fue de la ciudad, y tal vez en un nuevo viaje conocería a alguien más que le hiciera tener esperanza nuevamente. Él se quedó con el recuerdo de la última frase que ella pronunció mientras se alejaba después de un abrazo final, frase que él nunca podrá olvidar:

«Congela lo que sientes. Si algo no termina mal, no termina nunca. Los sentimientos siempre se quedan ahí.»


Lamentablemente el autor no lo conosco, pero el relato es demaciado bello, cada vez que lo leo no puedo dejar de leerlo de nuevo.

domenica 23 marzo 2014

 Quien no conoce nada,no ama nada.Quien no puede  hacer nada, no comprende nada.Quien nada comprende,nava vale.Pero quien comprende tambien  ama, observa ve ....Cuanto mayor es el conocimiento  inherente a una cosa, más grande es el amor....... Paracelso